domingo, 15 de marzo de 2009

Moscú en Pastrana, San Petersburgo en la Rápita

Hasta el año 1561 la monarquía española jamás había tenido una sede permanente. Fue en ese año cuando, no sin competencia, Madrid se alzó con el cetro del Imperio, pese a que tardaría mucho en alcanzar el esplendor de la verdadera “capital”, cuanto menos cultural y económica, de la España de aquellos momentos, Sevilla. Felipe II fue quien concediera tal privilegio a la antigua fortaleza islámica de “Magrit”, desdeñando otras candidaturas. Si bien existirán motivos, que desconozco, por los que poder justificar que Sevilla (ya en aquel momento con una población próxima al millón de habitantes) no fuere la capital oficial del Reino, cierto es que, antes del nombramiento de Madrid como capital, existieron urbes, cuanto menos más históricas, que intentaron alcanzar tamaña característica, política e histórica. Obviamente, las dimensiones de este post no pueden tratar al tema con todo el rigor, y extensión, que requeriría, no obstante, sobra decir que Toledo fue otra gran perjudicada en el “proceso de selección capitalino”. No sin cierto condicionamiento, genético y “chico-patrio”, en este artículo se va a hablar de las candidaturas, con total seguridad, menos conocidas.
Dicen los expertos en la materia (al respecto consultar el prólogo del Dr. Burillo Mozota a mi libro: "Una historia de Anguita: el pueblo y su entorno"), que la zona de Celtiberia es la menos densamente poblada de Europa, tras Laponia. La provincia de Guadalajara (núcleo fuerte de esta "hipotética" región) consta de una historia mucho mayor de lo que este dato podría indicarnos. Quién sabe si por cambios climatológicos, la desertización, el auge de otras regiones, o por meras contingencias históricas, algunas de las ciudades más relevantes durante la época del Imperio Hispánico, han quedado en el olvido. Tal es el caso de la ciudad de Sigüenza, de Molina de Aragón, de Cifuentes o Anguita, y cómo no, de una de las dos villas de las que aquí hablaremos, Pastrana.
La historia de esta insigne villa de la Alcarria está ligada a uno de los personajes más singulares del siglo XVI español. La princesa de Éboli (Ana de Mendoza y de la Cerda) fue una de las mujeres más importantes de su época. Casada con Ruy Gómez de Silva (uno de los hombres más próximos a Felipe II, y por ende, más influyente), supo utilizar su honroso linaje con las virtudes del matrimonio. La prematura muerte de su amado le hizo mover ficha. De una posición, por naturaleza poco discreta, supo sacar un foco de poder, hablándose de ella, aún hoy en día, como de una mujer bella (aunque bajita), inteligente, y según algunos, ninfómana.
Pastrana y la Éboli deben de verse bajo el prisma de las intrigas palaciegas de aquel entonces. Las luchas de poder entre las dos grandes casas de la monarquía hispana, los de Alba y los Medinaceli (familia de la Éboli), hicieron que, si bien Pastrana llegó a ser vista como un buen enclave en el que situar la nueva capital del Reino, posteriormente, al igual que el bando que la defendía, cayera en desgracia. Tras la muerte de su marido, la Éboli se vería envuelta en conspiraciones y crímenes varios, razón por la cual fue encarcelada, en última instancia, en su palacio de la localidad alcarreña. La Éboli fue una gran benefactora para los moriscos, llegándose a instalar muchos de ellos en sus dominios. Su poder fue tal, que la propia Santa Teresa de Jesús se vio “forzada” a crear un convento de su orden por iniciativa de la princesa, quien pretendió ingresar en él junto a algunas de sus doncellas; como no es de extrañar, chocó con la Santa (“la princesa monja, la casa doy por deshecha!", se dice que dijo la abadesa). El ocaso de esta "Moscú" alcarreña sólo puede guardar parangón con su equivalente catalán: San Carlos de la Rápita.
Al sur de la provincia de Tarragona, en la región conocida como las "Tierras del Ebro" (con capital en Tortosa), se halla el enclave del delta del Ebro (parque natural de especial interés ornitológico y ecosistema de gran valor, no sólo paisajístico, sino que a la vez, económico). Frente a la minúscula península del delta, conocida como "la Banya", se encuentra la Rápita. Al municipio oficialmente se le conoce como Sant Carles de la Rápita, debido a una historia que a nadie podrá dejar indiferente.
Si siguiendo nuestro título, Pastrana pudiera haber sido Moscú, San Carlos pudo haber sido San Petersburgo. Durante el reinado del ilustrado Borbón, se mandó construir una ciudad "ex novo" allá donde se encontraba la aldea de la Rápita. El puerto de los Alfaques, de importancia aún hoy en día, se proyectó que fuera en un futuro uno de los principales del Mediterráneo, configurándose a su alrededor una nueva residencia real, con canales al estilo de Venecia.
Muestra de las intenciones del monarca son el que se ordenara la construcción de instalaciones como el propio puerto, el palacio del gobernador, la aduana o, lo más sorprendente, un canal que unía Amposta con la Rápita (construido en el año 1770). Los catastróficos años finales de su reinado, con una gran crisis económica asolando el país, hicieron, que no sólo éste, si no multitud de otros proyectos para la modernización, o cuanto menos reconfiguración, de España quedaran en el olvido. Al fin el Imperio había caído, y Pastrana antes, la Rápita después, se quedaron a las puertas de la gloria...
Más información:
Primera imagen: panorámica de Madrid
Segunda imagen: la Princesa de Éboli
Tercera imagen: Punta_de_la_Banya_i_Sant_Carles_de_la_Ràpita vistos des de la serra del Montsià, autor: Pere, GNU Free Documentation License